De los banquetes en Lhardy a las paellas populares: así comen los políticos en España

Cuando José María Aznar llegó al palacio de la Moncloa en 1996, Ana Botella informó al cocinero de que el presidente comería helado de café de la marca Häagen-Dazs de postre. Esta norma debía cumplirse todos los días del año, en la comida, en la cena e incluso durante los viajes. En algunas ocasiones, el helado se envió por avión desde Madrid para evitar contratiempos.

Es poco probable que los votantes hubieran simpatizado con esta peculiar costumbre. Ni siquiera lo habrían hecho con el sabor del helado. El gusto de café no debía ser el más solicitado, pues ya no está entre los sabores de la marca.

Asociar la manera de comer al carácter y a la virtud de los mandatarios no es una moda reciente. En el siglo ix, Eginardo escribió Vita Karoli Magni (Vida de Carlomagno). El hagiógrafo contaba que el emperador «era moderado en el comer y en el beber». Así debía ser según la costumbre romana y cristiana de austeridad. Pero añadía que su plato preferido era la carne asada. Porque los alimentos cocinados al fuego, a diferencia de los cocidos, se asocian tradicionalmente a la violencia, la furia o la beligerancia. Rasgos apropiados para un guerrero y un conquistador.

Más de un milenio después, los atributos que debe tener un gobernante son algo diferentes. En 1986, el periódico ABC publicaba una entrevista en la que Óscar Alzaga, el presidente del Partido Demócrata Popular, se definía como «un ser de plato combinado y cafetería», poco aficionado a comilonas y banquetes. En año electoral, la conversación le describía como un hombre de gustos sencillos, humilde, íntegro y trabajador. Era un perfil con el que se podían identificar sus electores.

Felipe González come con su familia en su casa
Felipe González come con su familia en la cocina de su casa

Los políticos saben bien que lo que comes y el modo en que lo haces te define. Y aun así, en España se conoce poco de sus gustos culinarios. Quien más ha contado sobre ellos quizá sea Julio González de Buitrago. Fue cocinero de la Moncloa durante treinta y dos años y por sus memorias conocemos la inclinación de Aznar por el helado de café; la falta de apetito de Suárez, al que le gustaban los garbanzos del día anterior fritos; la predilección de la familia Calvo-Sotelo por el steak tartar y los arenques alemanes; la afición de Zapatero por las almendras fritas, que picaba a todas horas y también que Felipe González comía sándwiches de bonito con tomate mientras veía el fútbol y tenía un huerto en los jardines del palacio.

Adolfo Suárez visita Cebreros cuando era presidente del Gobierno (1979)
Adolfo Suárez en Cebreros, su localidad natal (1979)

LA COMIDA POLÍTICA

En cambio, durante las campañas electorales, los políticos sí utilizan la comida como medio para conectar con sus votantes. Porque la identificación que se produce a través de ella es comparable a la de las aficiones deportivas o la religión. Así, los candidatos visitan mercados, comedores e industrias alimentarias. Y asisten a almuerzos de partido, pulpeiradas, calçotadas, cocidos y demás comidas populares.

El antecedente de estos ágapes es la «comida política» que se popularizó a mediados del siglo xix. Se llamaba así al encuentro de un grupo de políticos o personas influyentes que se reunían para comer y hablar del gobierno del país. También se organizaban banquetes para homenajear a un político o celebrar un nombramiento. Aunque en la época estos no se consideraban propiamente una comida política. En 1839, el diario político liberal de Barcelona El Guardia Nacional publicaba un artículo «con motivo de la comida política que tuvieron en el teatro de Oriente los diputados de la menoría en unión con algunos que lo fueron de las cortes constituyentes». En él se explicaba que estos banquetes «nacieron en Inglaterra, que son ya en Francia casi como planta indígena y que también empiezan a aclimatarse a nuestro suelo».

Comida política ofrecida por Manuel Azaña en Lhardy (1931)
Banquete ofrecido por Manuel Azaña en Lhardy (1931)

La prensa reseñaba estos almuerzos en la sección de información política, en breves noticias tituladas «Comida política». Se contaba quiénes eran los invitados y el anfitrión y, a veces, el motivo de la reunión y dónde se celebraba. En Madrid, desde finales del siglo xix hasta los años 60 del siglo xx, el exclusivo restaurante Lhardy fue el centro de estos encuentros. Aunque también se celebraban en casas privadas, en los hoteles Ritz y Palace o en la sociedad de estilo inglés Nuevo Club.

Si en la comida se trataban temas relevantes, a su término los asistentes respondían a las preguntas de la prensa. Entonces, se convertía en una noticia importante con un gran titular. Una de las comidas políticas más recordadas fue la que se celebró el 2 de noviembre de 1931 en Lhardy. Manuel Azaña ofreció un banquete al que acudió el gabinete ministerial. Duró hasta las cinco de la tarde y en él se trataron, entre otros asuntos, la duración de las Cortes Constituyentes y el nombramiento de Niceto Alcalá Zamora como presidente de la República. Los comedores y la pastelería del restaurante se llenaron de periodistas y fotógrafos y la carrera de San Jerónimo de curiosos que querían saber qué ocurría dentro del local.

LA PAELLA

Lo que no contaban los periódicos era el menú de las comidas políticas. En Lhardy, los platos no serían muy diferentes de los de esta minuta de 1935: consomme, oeufs poches Clamard, saumon froid nòrvegienne, noix de veau Richelieu, poularde rôtie, salade, croute au Madère, Chester cake, glace Balmoral, friandises, petits fours y desserts. Pero no siempre los menús de las comidas políticas estaban escritos en francés ni eran tan refinados.

En EE.UU., según Nelson Rockefeller, vicepresidente con Gerald Ford, “ningún candidato a un cargo puede aspirar a ser elegido en este país sin ser fotografiado comiendo un perrito caliente». En España, hasta ahora, podía decirse lo mismo de los políticos y la paella. La relación entre ambos es antigua. A principios del siglo xx, Canalejas realizó una gira por España después de dimitir como Ministro de Agricultura, Industria, Comercio y Obras Públicas. La crónica de la revista Blanco y Negro decía: «Los políticos que viajan han hecho subir de precio el arroz. La paella es comida esencialmente política; no se puede hablar de los curas ni de la clase obrera sin comer arroz con almejas. ¡Y venga entusiasmo, y venga arroz!». Pocos años después, dos mil personas homenajeaban a Lerroux con un plato de paella y una taza de café en el restaurante La Huerta de Madrid.

Homenaje a Lerroux en el restaurante La Huerta (1919)
Paella homenaje a Lerroux en el restaurante La Huerta (1919)

La costumbre de organizar paellas multitudinarias se recuperó a mediados de los años 80. La celebración de todo tipo de actos se realizaba con paellas de varios metros de diámetro y miles de raciones: partidos de fútbol, aniversarios de asociaciones culturales o actos políticos. En 1984, la semana grande de Bilbao se clausuró con una paella gigante ofrecida por el ayuntamiento de Benidorm. Los encargados de servirla fueron los alcaldes de Bilbao y Benidorm y la actriz Susana Estrada. En esos años, las paellas políticas se cocinaban por todo el país: de la gran paella en homenaje a Fraga en Santiago de Compostela a la de los almuerzos informales con gobernantes extranjeros que Felipe González organizaba en Doñana.

La tradición se ha mantenido hasta hoy. En la campaña de diciembre de 2015, Rajoy se fotografió con una asociación de amas de casa y un arroz con conejo y garbanzos en Finestrat. Y en los últimos años en Cataluña, nacionalistas y no nacionalistas han celebrado la diada con paellas.

LA PRIVACIDAD DE LOS POLÍTICOS

Más allá de este tipo de actos, la comida se puede utilizar para transmitir ideas concretas. El mensaje puede ser una posición política, pero también la personalidad del candidato. Entonces, lo que come el político le muestra como un ciudadano más, no muy diferente de sus votantes. En octubre de 2015, El Español entrevistó de manera informal a Albert Rivera mientras jugaba al ping-pong. Una de las preguntas fue si prefería comer en un Mc Donald’s o en Diverxo. En el restaurante con tres estrellas Michelin, el menú más barato cuesta 165 €. Así que a Rivera no le quedó más remedio que responder: «Mc Donalds, de vez en cuando».

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Valéry Giscard d’Estaing cena con una familia francesa (1975)

En España, esta forma de comunicación no ha sido demasiado frecuente hasta ahora. La prensa de mediados del siglo xix ya consideraba que la comida política «sale del recinto de la vida privada» y que «si los señores diputados tuvieron derecho para reunirse y echar brindis (…) así nosotros lo tenemos incontestable para examinar y criticar su conducta». Pero lo cierto es que comer es un acto íntimo y los políticos apenas han expuesto su vida privada a los medios de comunicación. Tradicionalmente han preferido verse en mítines que observados en su intimidad. Lo mismo ha sucedido en otros países de nuestro entorno. En 1974, el fotógrafo y cineasta Raymond Depardon rodó Une partie de campagne (Un día de campaña). En el primer documental europeo «a la americana» de una campaña electoral, Valéry Giscard d’Estaing esperaba verse retratado como un gran orador. Pero cuando vio la película, en vez de magníficos discursos vio su intimidad. La escena en la que come embutido y bebe cerveza en un bar de Charenton-le-Pont con su equipo no se pudo ver hasta veintiocho años después. Sólo entonces, Giscard permitió que la película se estrenase.

EN CAMPAÑA ELECTORAL

Desde entonces, la política y la comunicación han evolucionado. En España, el cambio ha sido evidente desde la última campaña (y precampaña) electoral. Los políticos han aumentado sus apariciones en programas de televisión de gran audiencia, han bailado, cantado y hablado de sus habilidades culinarias y de su vida privada. De todos los partidos políticos, el que mejor ha aprovechado la comida como mensaje es Podemos. En septiembre de 2015, la periodista Ana Rosa Quintana entrevistó a Pablo Iglesias en su casa para un programa de televisión. El político le invitó a desayunar tostadas con salmorejo, aceite de oliva y jamón serrano. Todos productos españoles, de gama media y de supermercado. Ese momento se convirtió en el más comentado de la entrevista y dio pie a discusiones en varios medios de comunicación. Pero Iglesias no sólo utilizó la comida para definirse como un hombre del pueblo. Dos meses después, en una entrevista en la web de cocina El Comidista aprovechó para transmitir su ideario político. A la pregunta ¿cuál es el plato que mejor representaría a España?, respondió: «España es irrepresentable a través de un plato» y quien lo pretenda «está obviando un hecho plurinacional que es clave para entender España».

Manuel Fraga y Fidel Castro en una pulpeirada en 1992
Manuel Fraga y Fidel Castro en una pulpeirada (1992)

Las políticas alimentarias, sin embargo, no están demasiado presentes durante la campaña electoral. Los programas de los partidos recogen ideas más o menos precisas sobre temas vinculados con la gastronomía, la alimentación y la comida. Pero en los debates no se discute cómo afrontar el aumento de la obesidad, el funcionamiento de los comedores escolares, cómo el TTIP (Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión) afecta a las denominaciones de origen o si los partidos están a favor o no de los transgénicos. Si se hiciera, es probable que la comida tuviese más protagonismo en los actos públicos de la campaña.

O igual no está tan ausente. En el programa electoral del PP, el apoyo a la industria agroalimentaria, a la agricultura sostenible y a la gastronomía como elemento de la Marca España son puntos importantes. En el último mes, Rajoy ha visitado una planta de secado de jamones en Burgos, se ha emocionado en un campo de alcachofas en Tudela, ha bebido vino de Campo de Borja en Zaragoza y ha probado helados típicos en Adra y Granada. Aunque en España la obesidad ya es un problema, quizá sea más popular continuar hablando de la dieta mediterránea y del turismo gastronómico.